Project Gutenberg's El legado del ignorantismo, by T. H. Pardo de Tavera This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.net Title: El legado del ignorantismo Conferencia dada el 23 de abril de 1920 ante la Asamblea de Maestros en Baguio Author: T. H. Pardo de Tavera Release Date: January 25, 2010 [EBook #31066] Language: Spanish Character set encoding: ASCII *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL LEGADO DEL IGNORANTISMO *** Produced by Jeroen Hellingman and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries.)
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“Desdichados de vosotros, doctores de la ley, que habéis tomado la llave de la ciencia; vosotros no habéis entrado y habéis impedido entrar a los que querían entrar.” (Evangelio de San Lucas, Cap. XI, vers. 52.)
Tengo el honor de presentarme ante vosotros aceptando con el mayor placer una invitación que el Director Sr. Osías ha tenido la atención de hacerme. Habiendo dejado el tema a mi discreción, me ha parecido que merecía la pena de que disertara sobre la educación laica que funciona en nuestras escuelas públicas desde la implantación del nuevo régimen que rige los destinos del pueblo filipino. Voy a ceñirme estrictamente a los hechos y hablaré con la franqueza y la lealtad que el caso requiere aunque tenga que lastimar las susceptibilidades de alguien.
Desde hace algún tiempo se nota en nuestra sociedad una preocupación creciente contra la inmoralidad, contra el vicio, contra la pereza, en general, contra los con razón llamados males sociales. Tal movimiento es, por cierto, bueno y consolador; síntoma de un notable progreso social aunque para la mayoría sólo hay motivo de alarmarse y condolerse por el aumento de semejantes males. ¿Existe positivamente [46]tal aumento de inmoralidad? ¿Hay realmente motivo de alarmarse por un retroceso moral de nuestra sociedad?
Después de haberme hecho a mí mismo estas preguntas y considerado los fundamentos del clamor público y de la opinión sobresaltada ante la imagen del vicio y la inmoralidad crecientes, puedo decir que ese movimiento de la opinión es consolador, es síntoma de mejoramiento, de progreso de la moral general. En otros términos, no es la inmoralidad que crece, ni que aumenta, sino el sentido moral que va ganando mayor número de conciencias individuales, formándose así una opinión pública que antes no existía, completamente consciente de los males sociales que existen y contra los cuales se levanta. No es que la moral social ha decaído; todo lo contrario, se ha formado rápidamente en nuestra sociedad un sentido moral que antes no existía sino en una pequeña minoría, y su efecto ha sido un movimiento nuevo contra los vicios y la inmoralidad.
Para mejor comprender este fenómeno y explicarlo según es en realidad y no como resulta en apariencia, conviene compararlo con la aparición de un nuevo sentimiento que se ha formado desde la implantación del régimen americano; del sentimiento de la higiene. Antes, nadie hablaba de las condiciones insanitarias de Manila, y solamente tenían un verdadero concepto de su deplorable estado unas muy contadas personas de nuestra sociedad. Ahora, a medida que nuestra educación individual nos ha hecho comprender lo que es la higiene y demostrado su importancia, no sólo hemos mejorado nuestro estado sanitario, sino que, de pronto, se ha formado un sentimiento colectivo igual a la suma de los sentimientos individuales sobre la materia, y se ha constituido una opinión pública prohigiénica. Como esta opinión crece más de prisa que la sanitación en Manila, vemos que a cada momento se censura al Buró de Sanidad, llegando hasta el punto de acusarle de que por su culpa aumentan las condiciones antihigiénicas, cuando, en realidad, lo que sube es el clamor de la opinión prohigienista, en [47]virtud del aumento de los individuos que comprenden la higiene y exigen la aplicación rigurosa de sus leyes y principios.
Ahora se denuncian por la opinión pública deficiencias higiénicas incomparablemente menos peligrosas que antes, pero que no las miramos de una manera relativa sino absoluta. Una condición anti-sanitaria se denuncia en absoluto como un mal intolerable; relativamente hablando, se calmaría el tono de nuestra censura si se tuviera en cuenta que semejante mal viene de más lejos, lo sufríamos en silencio cuando ignorábamos no su existencia, sino sus consecuencias sobre la salud, de manera que para nosotros existía en estado latente y no la veíamos por falta de preparación. Es idéntico a lo que ocurre cuando al pié de un poste portador de corriente eléctrica se coloca este letrero: “Peligro de muerte.” Tal aviso deja perfectamente indiferente, y no le sirve para su seguridad, al individuo que no sabe leer. Quien lo pueda leer conoce el peligro; el que no sabe leer no se aprovecha del valor higiénico del letrero.
Contra la gallera ha crecido ahora una campaña que no proviene del aumento de la pasión por esta plaga, sino de un aumento del número de sus enemigos. Nadie puede decir que ha aumentado el juego de gallo; es fácil probar que ha disminuido; el número de días permitido por la ley es hoy insignificante comparado con el de pocos años atrás. Sin embargo, la campaña contra el gallo ha crecido, precisamente porque disminuían sus partidarios. Absolutamente lo mismo ocurre con los juegos de cartas y las carreras de caballos.
No habría nada que decir por ese movimiento general en pro de la moralidad social, si tal actitud de la opinión pública no tomara el sesgo equivocado y tendencioso que le quieren dar ciertos elementos, que, de todo tiempo, han sido una rémora para la instrucción del pueblo filipino. Estos elementos, aprovechando la preocupación que invade la opinión de combatir el vicio y purificar la moral pública, en [48]lugar de apoyar sencillamente este movimiento y de sostener su vigor justificando su utilidad para el bien mismo que persigue, emprende una campaña política que consiste en alarmar al pueblo haciéndole creer que la inmoralidad crece, que los males sociales aumentan, que la vida misma nacional está peligrando por culpa de los reformadores, a causa del nuevo régimen que impera en Filipinas desde la pérdida de la pasada soberanía. Aprovechan el movimiento de la opinión pública en favor de la moralidad pública, para hacer creer que la forma democrática de gobierno, la lengua inglesa, las escuelas laicas, la coeducación y la civilización anglosajona son los motivos del supuesto aumento de inmoralidad: ¡tal es el programa de cierta gente!
Aquéllos, en gran parte culpables ante su nación de las desdichas que amagaban al pueblo filipino que recurrió a la revolución y la rebelión para librarse de un régimen opuesto a su progreso y su felicidad, olvidando su incapacidad de llenar los compromisos que en nombre de su patria tenían contraídos aquí y que fueron causa del fracaso político de la colonización pasada, quieren ahora defender sus intereses en nuestro país labrando con su política lo que únicamente produciría disensiones entre los filipinos. ¡Bajo pretexto de interesarse más que nosotros mismos en nuestro propio bienestar, suponiéndonos ciegos e incapaces de conocer y discernir el bien del mal, mirándonos como eternos indios de mentalidad inferior, tratan de llevarnos por donde quieran, por donde les conviene, por el camino oscuro en donde no ven más que ellos, los que conducen o quieren conducir al indio, siempre niño, que debe dejarse llevar...!
En un semanario extranjero publicado en Manila se lee lo siguiente: “Puestos a buscar enemigos del progreso de los filipinos, los encontramos en cada timba, en cada cabaret; en la invasión pacífica de Japoneses en Filipinas; en el panguingue, en los juegos de billar, en la inmoralidad reinante en el teatro, en la novela, en el cinematógrafo y en la tarjeta postal; y sobre todo, en la escuela laica.” Quien así se expresa tratando de excitar el odio filipino contra los japoneses, [49]para crearnos primero desconfianza, luego conflictos, es un extranjero, y en la lengua en que él mismo escribe están escritas las obras de teatro y las novelas inmorales que vienen a Filipinas;2 en su lengua también se promulgaron en nuestro país las leyes y reglamentos instituyendo las galleras, la lotería, los juegos de billar, creados como recursos del Estado, como cosa que los filipinos no podíamos combatir en nuestro antiguo régimen político, sin combatir al mismo tiempo al propio gobierno que hacía del vicio una fuente contributiva y que, para aumentar su ingreso en este sentido, tenía que fomentar esos vicios, lo mismo que el del opio en los fumaderos oficiales. De la escuela laica hablaremos en seguida.
Considerando el carácter de esa campaña contra nuestras instituciones del día, y dolorosamente impresionado por el mal grande que al progreso y tranquilidad de nosotros, filipinos, hace esa obra perturbadora de la calumnia, odio, desconfianza y pesimismo, creo de mi deber hablar cuando entiendo que se ha llegado al colmo con un documento que ha venido a mis manos. Es nada menos que la circular que un alto prelado dirige a los curas de las parroquias de su diócesis, y que trata de la instrucción pública.3
Todo el documento es un ataque contra las escuelas del gobierno, únicamente porque en ellas no se enseña la religión católica, amenazando con el infierno a los padres de familia que envían a ellas a sus hijos. En el final dice textualmente lo siguiente:
“Como primer paso, después de hacer ustedes ver a los padres de familia los males sociales que resultan de la escuela sin Dios, [50]como los crímenes contra la honestidad, el asesinato, el suicidio, la rapiña y el robo, la desobediencia a las autoridades civiles y eclesiásticas, en fin, la corrupción de costumbres, todo fruto sazonado de esas escuelas laicas, insinúenles vuestras reverencias que, en escritos o exposiciones que deben dirigirse a Nos, declaren al gobierno sin eufemismos su inquebrantable y decidida voluntad de que a sus hijos se les dé educación cristiana en sus escuelas. Nosotros, por nuestra parte, nos cuidaremos de enviar a la legislatura estos escritos.
¡“Todo fruto sazonado de esas escuelas laicas” dice el prelado refiriéndose a los crímenes y a la corrupción de costumbres que antes menciona! Una acusación de tal naturaleza debe probarse por quien acusa. Lo más grave del caso es que esas afirmaciones se lanzan para recomendar después a los curas párrocos que las hagan penetrar en la cabeza de los padres de familia. Los fieles deben aceptar como verdaderas las afirmaciones que salen de boca de sus sacerdotes, de suerte que tales propagandas fomentan en el más alto grado el sentimiento contra un gobierno acusado de fomentar la criminalidad en sus escuelas. No aconseja el prelado la violencia; pero, en los tiempos que corren, la violencia resulta naturalmente de una preparación adecuada de la conciencia popular, y cuando el pueblo supone que su propio gobierno es el causante, el educador nada menos de los ladrones, los asesinos, los corrompidos, es verdaderamente un pueblo muerto aquél que no trate de barrer por cualquier medio al gobierno, máxime si es extranjero, que de tal suerte corrompe a los ciudadanos.
Puede, desde luego, decirse, sin temor a errar, que tales acusaciones son de todo punto falsas, y que si hay en Filipinas algo que merece el aplauso de toda conciencia honrada, algo que impone no sólo la gratitud sino la admiración del pueblo filipino, es la organización de la enseñanza pública implantada por el pueblo americano. No hay un filipino capaz de razonar que no vea y comprenda la colosal transformación que todo nuestro pueblo ha experimentado en virtud de esa educación laica. No sólo el gobierno ha organizado [51]un sistema de educación eficiente, sino que lo ha extendido por todo el Archipiélago de una manera tan general que algunas naciones de Europa que citan continuamente los fastos de su pasada historia, querrían muy bien para ellas; no solamente los filipinos encontramos en las escuelas laicas los elementos necesarios para nuestra instrucción y nuestra educación de manera que podemos ser individuos útiles a nosotros mismos y cooperar en la administración de los asuntos públicos, sino que las escuelas y colegios privados del antiguo régimen han mejorado, se han transformado, se han puesto a la altura que debían, siguiendo la norma dada por el gobierno; negar esto es declararse ciego.
Nada más que el ciego apasionamiento puede lanzar sobre las escuelas laicas una acusación como la que transcribimos y contra la cual los primeros en protestar serán seguramente los frailes dominicos en Filipinas cuya misión en Formosa tiene una escuela de niñas chinas y japonesas en la capital, Taihoku, que he visitado en mi viaje a dicha isla. El R. P. Fr. Clemente Fernández, dominico y Vicario Apostólico de Formosa, me hizo el honor de acompañarme a visitar dicho Colegio, llamado de la Beata Imelda, situado en el barrio de Daitotei, en Taihoku. Es un hermoso colegio del que justamente pueden los dominicos sentirse orgullosos, pero no me llamó tanto la atención la organización material y educativa de esta institución, como la ausencia de toda imagen religiosa en los dormitorios, clases, salas y demás habitaciones usadas para y por las niñas. Al informarme del motivo de cosa tan singular, me hizo saber el R. P. Fernández que, entre las condiciones estipuladas por la ley de enseñanza pública de Formosa, tanto para las escuelas del gobierno como para las privadas, existe la prohibición absoluta de educación religiosa y de ostentación de imágenes y objetos de culto. Esta es, pues, una escuela laica, una escuela sin Dios, sobre la cual cae también la sorprendente acusación de un prelado que aprovecha la libertad que nuestro gobierno le concede de enseñar su religión en sus escuelas, para usar de este derecho ¡y empeñarse además en [52]imponer luego su voluntad al gobierno acusándole de enseñar en las escuelas el homicidio, el robo, la violación y la corrupción de costumbres!
No hay duda que ya durante la dominación española conocíamos en Filipinas la existencia de criminales condenados a muerte y presidio por asesinato, robo, estupro, sacrilegio y toda clase de crímenes, y que la corrupción de costumbres no era ni desconocida ni rara. Como durante todo el tiempo de la dominación española, la enseñanza estuvo al cuidado exclusivo de los sacerdotes de la Iglesia Romana, si usáramos el mismo procedimiento del mencionado prelado, deberíamos acusar a dichos sacerdotes de haber con su educación instruido a los filipinos en el asesinato y el robo, y que la corrupción de costumbres era “todo fruto sazonado de las escuelas católicas.” Yo no propongo tal acusación, me limito a presentarla como lógica consecuencia que se sacaría, siguiendo el método empleado por un prelado hablando nada menos que a sus sacerdotes, en una pastoral destinada a marcar una orientación en la mentalidad de su clero y de sus feligreses. Pensando sobre la acusación del obispo se me ocurrió que sería provechoso recordar lo que fué la instrucción pública dada anteriormente en Filipinas por las escuelas con Dios y considerar el resultado obtenido. Confiando en el carácter respetable y para muchos sagrado de los sacerdotes, a su testimonio he de recurrir para conocer cómo fué aquella educación y qué resultado dió en el pueblo filipino.
No debemos ocultar la verdad cuando pone en evidencia cosas que no halagan nuestro amor propio. Nadie como los hombres que se dedican a la enseñanza tienen tanto interés en conocer la mentalidad de la sociedad en que viven y a la que tienen el deber de educar. El exacto conocimiento de los defectos morales, intelectuales y físicos de un pueblo es el elemento más importante para orientar su educación, y sería absurdo cerrar los ojos ante lo malo, porque el principio de la rectificación de una acción es conocer si es o no equivocada. No puede corregir un mal quien lo desconoce. [53]
Antes de atacar o defender la educación laica de las escuelas públicas, parece útil conocer lo que fué la educación del pueblo filipino bajo la dirección religiosa y luego saber qué resultado se obtuvo, es decir, cómo se transformó el hombre sometido a tal sistema, después de más de tres siglos de práctica.
De fuentes eclesiásticas he de tomar los datos que aquí consigno, porque aunque contienen alguna exageración al tratar de su propia obra que, como es natural, defienden, magnifican y alaban, son, al fin, las más útiles para conocer sus propios defectos que entonces resultan verdaderas confesiones.
El P. Santiago Payá, Rector de la Universidad de Santo Tomás, dijo, entre otras cosas, lo siguiente, el día 1.o de Julio de 1899:
“Toda la instrucción secundaria en las Islas Filipinas, estaba sometida a la Universidad de Santo Tomás. Además de las escuelas privadas en Manila, las había en provincias, pero todos los colegios de instrucción secundaria estaban sujetos a Santo Tomás.”
“Había escuelas primarias en casi todos los pueblos sostenidas por el gobierno, en las que se daba una instrucción muy rudimentaria....leer, escribir, el Catecismo, algo de aritmética....”
“Los filipinos, por regla general, tienen buena memoria, pero no gran talento, no tienen buen talento.”
“Casi toda la educación en Filipinas la daban las órdenes religiosas; es decir, la secundaria y la universitaria estaban sostenidas por las órdenes religiosas, y la primaria por los sacerdotes curas de los pueblos.”
“En los filipinos, todo es imitación; carecen de originalidad. Se les enseñaba a leer y escribir el castellano, pero la mayoría de ellos lo aprendían de una manera puramente mecánica.”
“Los indios eran muy refractarios a la lengua castellana; los que sabían hablarla, no querían hablarla. Esto ocurría tanto en Manila como en los arrabales. Los que hablan castellano, prefieren hablar su lengua en sus casas.”
Del P. Fray José M. Ruíz, en su memoria presentada a la Exposición de Filipinas en Madrid en 1887, tomamos lo siguiente:
“Es el párroco inspector local de Instrucción pública, consultor del Gobernadorcillo, y Presidente de varias juntas locales. Los indios [54]ven en ellos un padre, un pastor, y un protector, y como tales han sido siempre reconocidos por el Gobierno de estas Islas.” (Pág. 239.)
“Gran parte de la población filipina, es a saber, la que vive en barrios y lugares apartados y poco accesibles, está casi por civilizar.” (Pág. 247.)
Refiriéndose a esta masa popular dice el mismo Padre:
“Atentos sus amos, salvas algunas honrosas excepciones, a sus propios intereses, descuidan por completo la instrucción de estos infelices en sus deberes religiosos....y sus hijos dedicados al pastoreo de los animales de labor, se crían en la más estúpida ignorancia.” (Pág. 254.)
Después añade el autor:
“Y aunque son enemigos de ir a la escuela (los indios) y de que vayan sus hijos, es porque no sirve más que para perder el tiempo, pues nada aprenden....Por lo demás, los pueblos están atestados de maestrillos ignorantes, que sin contar con nadie ponen sus escuelas privadas pagadas por los padres de los niños. Así aprenden lo poco bueno y mucho malo que saben, a quienes enseñan la cartilla, y algo de lectura y escritura, sirviéndoles de texto, para ambas cosas, los libros manuscritos llamados Corridos, atestados de anacronismos, errores y absurdos de todo género.......También aprenden algo de Catecismo.” (Pág. 337.)
“Los locales para escuelas eran además de malos, completamente abandonados y muchos de ellos ruinosos.” (Pág. 339.) “Tampoco hay orden en la escuela, y cada uno entra o sale sin permiso cuando le acomoda.” (Pág. 440.)
El R. P. Ruíz, dominico, muy lealmente reconoce el lamentable estado en que se encuentra la llamada instrucción pública en Filipinas, fuera de Manila en donde las cosas no son tan pésimas. A su modo de ver:
“Sería necesario que se enseñara el castellano y, por lo menos, que se les diera a los filipinos libros en su idioma, en que aprendan las cosas más elementales que ignoran, y Religión y Moral. El Rueda,4 traducido, sería lo mejor, añadiendo algo de Filipinas y las [55]gramáticas de su idioma al castellano. (Sin duda quería decir la gramática castellana traducida a sus dialectos.) Todo lo que no sea así, creemos que es perder tiempo. Con estas medidas, en treinta años está difundido el castellano entre los niños.” (Págs. 440-441.)
“Por las mismas razones (distancias y falta de caminos), los niños y las niñas no asisten a la escuela, y lo poco que saben lo aprenden de algunos maestrillos, gente por lo común de mal vivir escapada de otros pueblos, algunos de los cuales son también curanderos y ensalmadores, que al mismo tiempo que les enseñan la cartilla y algo de Catecismo, les imbuyen en mil supersticiones, y en todos los vicios....” El párroco que solamente algunos veces va por necesidad a administrar algún enfermo grave, y rara vez a visitarlos (a los indios) exprofeso, pues las parroquias son generalmente muy grandes y muchísimas y urgentes sus atenciones, no puede remediar sino en parte algunos de estos males.” (Pág. 255.)
Ahora veamos qué clase de gente es la filipina. Es esencial reconocer la psicología de la comunidad. Ninguna opinión tan valiosa para el caso actual como la del misionero antes citado, que dice lo siguiente sobre la psicología de los filipinos:
“Como gente ignorante y poco culta, no dejan de tener los indios algunos resabios de supersticiones que practican inconscientemente engañados por los curanderos, que son los que mantienen vivas estas ridículas tradiciones de sus abuelos, sin que sepan dar razones de porque las hacen.” (Pág. 261.)
“Tienen (los indios) un fondo supersticioso, que se revela bien en todas sus prácticas.”
Citando las palabras del Dr. Lacalle dice el P. Ruíz (pág. 348):
“Pretender que gentes que dan los primeros pasos en el camino de la civilización, se revelen en sus actos religiosos, severos, ilustrados y verdaderamente pensadores, es cosa por todo extremo absurda.”
Y añade lo que sigue:
“No debe perderse de vista que el indio es un niño mal educado, pero un niño grande y en el completo desarrollo de las pasiones. No obra por conciencia, sino por temor; no se mueve por razones, sino por impresiones; amigo de novedades y de espectáculos, se mueve al compás de las diferentes impresiones que recibe. Naturalmente es inconstante y veleidoso, y ya quiere una cosa y ya otra, [56]y vuelve a querer lo que antes no quiso, sin firmeza ni estabilidad en ninguna cosa, sin saber muchas veces qué querer, ni qué le conviene. Tal es el indio filipino ligeramente bosquejado.”
“Los españoles filipinos lo son en dos maneras: unos son descendientes inmediatos de españoles, descienden de españoles filipinos o también hijos de madre filipina y padre peninsular.” (Pág. 288.)
“Tienen por desgracia muchas de las malas cualidades del español y el indio, y carecen de la docilidad de carácter que en éste se observa, y de la nobleza e hidalguía característica de aquél. Son de poco corazón, cobardes y apocados, mas son altaneros, coléricos, y descomedidos con los indios, a quienes suelen despreciar y maltratar de palabra y de obra, y frecuentemente estúpidos y empalagosos.”
“De los indios aprenden todas las supersticiones, mil fábulas inverosímiles y absurdas que son tradicionales en ellos, y en una palabra todos sus usos y costumbres; así comen morisqueta con los dedos como ellos, y tienen marcada afición a sus golosinas y comidillas sucias de los indios.”
“Como se educan con mucho mimo y no se les vá a la mano, son mal criados, desobedientes, caprichosos, insolentes y mal hablados. Las mujeres se resienten algo de falta de pudor, y como se han criado en el abandono y la holgazanería, son inútiles para el gobierno de la casa de familia....” (Págs. 289-290.)
“....así los hombres como las mujeres, aunque religiosos, son crédulos y supersticiosos como los mismos indios.”
“Tal es la idea que de los filipinos se puede dar.” (Pág. 290.)
El mestizo chino sale descrito en la misma forma.
La única literatura accesible a los filipinos de baja cultura y también a los de la clase más elevada, consistía en Corridos que constituía la lectura profana, y la Pasión y las Novenas que formaban la lectura religiosa. Corridos, Pasiones y Novenas se han impreso en abundancia, en ediciones baratas, tanto en castellano como en dialectos del país.
Son los Corridos cuentos en verso sobre sucesos históricos falseados y fantaseados y tragedias amorosas, llenas de sucesos maravillosos mezclados de prodigios divinos y de magia, todo en estilo ampuloso, exagerado, pueril y absurdo en extremo. Ninguno de los personajes es indígena; todos son turcos, árabes, caballeros cruzados, embajadores, [57]duques, guerreros con armaduras, provistos de armas encantadas y de bálsamos como el famoso de Fierabrás; los buenos castellanos, los malos extranjeros. Todos los personajes reñidos con la realidad en Filipinas y con aspecto de reales y efectivos, por ser de tierras desconocidas y de razas prodigiosas. Lo mismo ocurre con el lugar de la escena; tierras maravillosas, Palestina, el reino de Navarra, el imperio del Gran Kan, palacio de Macedonia, y no sólo se desconoce y falsifica la superficie de la tierra, sino que el sistema planetario sufre asimismo un cambio radical. Crecen las palmeras y el tamarindo en los alrededores de Moscou, Palestina y Macedonia se cubren de praderas como Noruega o Suiza, y aparecen ballenas en el Mediterráneo. Sucesos que principian una mañana en Macedonia, terminan de la manera más natural la tarde misma de aquel día, en un palacio de Babilonia, y una princesa de Aragón, cautivada al anochecer en Sicilia, discute a media noche y sin intérprete con un moro en Samarcanda.
La Pasión, obra en verso en diferentes dialectos filipinos, es no sólo la Pasión de Cristo, sino que comprende una especie de abreviado de la historia sagrada.
Las Novenas son libritos devotos dedicados a un Santo cuyo favor se invoca para obtener de Dios tales o cuales mercedes. Consisten en un sistema de oraciones, con relación de milagros y de reflexiones sobre los mismos, que se hacen cada día, durante nueve días consecutivos. “Se atribuye a la Virgen María el origen de las novenas, porque ella venera el número nueve en memoria de haber sido nueve los días que fué prevenida para la Encarnación del Divino Verbo, y también por los nueve meses que le trajo en su vientre virginal.” (Novena a Jesús, María y José. Manila, 1903; en el Exordio.)
Las Novenas ofrecen un medio sencillísimo de alcanzar del Cielo lo que se pide en ellas a un santo protector. Si se llega a ganar la simpatía y el apoyo del Patrono o Patrona cuya mediación se implora, se puede conseguir todo, tanto en lo que concierne a nuestra vida terrenal como a la futura. Es un medio fácil; es como una ceremonia mágica con su ritual compuesto de alabanzas y actos de humillación, [58]devoción, sumisión, admiración y otras manifestaciones propiciatorias para ganar la simpatía y la protección del santo; después sigue la enumeración de favores que se solicitan y que siempre son atendidas por Dios, como se demuestra por numerosos ejemplos que en la novena se enumeran con sumo cuidado. Todas las novenas se publican con permiso eclesiástico, después que la censura del prelado examina escrupulosamente el escrito para ver si hay algo contrario a la moral, sanas costumbres y ortodoxia absoluta. En una palabra, todas se imprimen “Con las licencias necesarias.”
Los prodigios mencionados en estas novenas cuadran muy bien con los encantamientos, magias y sortilegios de los primitivos filipinos que invocaban la propiciación de sus divinidades gentílicas, por medio de ceremonias, sacrificios, maleficios y conjuros ejecutados por sus mangkukulam, babailanas y otros prestidigitadores, sacerdotes, curanderos, hechiceros y adivinos que refieren y enumeran las antiguas crónicas escritas por los misioneros en Filipinas.
Todo el temor a lo misterioso así como la creencia de los filipinos en poderes ocultos que quitaban la salud, atraían la desgracia, daban la victoria o conducían al desastre, se conservó cambiando tan sólo los espíritus que gobernaban los sucesos de la vida y los fenómenos de la naturaleza. Los Santos Patronos recomendados por los misioneros vinieron a substituir a los antiguos Anitos representantes de sus antepasados, que hacían intervenir en su antigua idolatría en todas las circunstancias de la vida.
Cuando los misioneros predicaron su religión, condenaron las antiguas supersticiones paganas, pero enseñaron otra nueva superstición más poderosa que la primitiva, no solamente por el prestigio de los nuevos patronos miembros todos de una Corte Celestial organizada como una aristocracia terrenal y encabezada por el mismo Dios Creador del Mundo, sino por usar para comunicarse con su Dios de la misma lengua que el pueblo supone hablada por él, la lengua latina, en la cual los sacerdotes elevan sus preces y entonaban sus cantos. [59]
Los Oremus, los Laus Deo, Agnus Dei, Deo Gratias, Nos cum prole pia, Benedicat Virgo María, Per omnia secula seculorum, Kyrie eleyson, Christe eleyson, entraban en la categoría de los ensalmos conocidos bajo los nombres de Bolong y Mantala de los primitivos mangkukulam, manhihikup, mananangisama, etc. etc., de la gentilidad filipina. Todas estas frases latinas alcanzaron un prestigio tan grande que se miraron como fórmula invocatoria irresistible para conquistar la voluntad divina y se llegaron a usar para titular alguna secta ridícula como la de los Colorum, cuyo nombre viene de la mala pronunciación del “Secula seculorum” con que terminan muchas oraciones latinas incomprensibles pero usadas por la ignorancia de muchos.
La frase Agnus Dei qui tollis peccata mundi se emplea como un conjuro en el cual, cada palabra, incomprensible, tiene un carácter sagrado; de tal manera que si alguno dijera que desprecia a Qui Tolis, sería considerado como un blasfemo, porque el Qui Tolis es algo sagrado, divino. Un niño, después de rezar el Trisagio, decía en són de protesta: “Ya me fastidia tanto Kirileson (Kyrie Eleison).” Su madre entonces le castigó por burlarse de Dios. A otro niño se le ocurrió llamar Qui Tolis a un perro, su tía le corrige diciendo: “Nunca se pone el nombre de Dios a un animal.”
Todo esto constituye un verdadero arsenal de invocaciones mágicas, en cuya eficacia se confía para evitar el mal, librarse del peligro, lograr un bien, alcanzar una gracia. Como ejemplo de la virtud de las invocaciones y de lo que se puede conseguir con sólo decir con frecuencia Jesús, María, José, que constituye la “Trinidad Santísima de la Tierra,” se cuentan los siguientes casos: (Novena de Jesús, María y José. Manila, 1903). Un hombre de mala vida pasando en medio de una noche por delante de una iglesia de San Francisco, en Cuzco, Perú, vió luces en el cementerio y, comprendiendo que se trataba de un entierro, se dirigió al lugar para presenciarlo. De pronto se apercibió que allá [60]había un trono en el que Jesucristo se hallaba sentado en medio de María y José. Aparecieron entonces muchos demonios cada uno con su libro en la mano. Uno de ellos empezó su acusación contra una mujer de mala vida de Buenos Aires. “Jesús, dice la novena, pronunció contra ella la sentencia de muerte repentina y juntamente a condenación eterna.” (Pág. 7.) Desapareció el demonio para ir a ejecutar la sentencia. Otro demonio leyó en su libro que en Chile había otra mujer de mala vida. “Jesús pronunció contra ella sentencia de muerte y condenación.” (Pág. 8.) El demonio corrió a cumplir la sentencia. Se presentó otro acusando a un hombre de llevar mala vida en Cuzco, y este hombre era precisamente el mismo que se detuvo a presenciar el espectáculo del cementerio. “Al ir el justo Juez a pronunciar contra él la sentencia de muerte y condenación, María Santísima y el Señor San José se arrodillaron ante el Divino Maestro pidiendo por él, alegando que muchas veces había invocado sus Santísimos nombres pidiendo su amparo * * *.” Habiendo Jesús negado su perdón, volvieron sus padres a rogarle, y viendo que no conseguían ablandarle para conseguir el perdón, la Santísima Virgen le mostró a su Santísimo Hijo los pechos que había mamado, y el Santo Patriarca le mostró las manos que con su trabajo le habían sustentado.” (Pág. 8.) Entonces Jesús les concedió el perdón por una gracia que puede solamente llamarse de estómago agradecido.
La invocación “Jesús, María y José,” obrando como una fórmula mágica, salvó a aquél hombre, que no había contraído más mérito que el de halagar la vanidad de la “Trinidad de la Tierra.” Hay en la misma novena una CONSIDERACIÓN DE ESTE MARAVILLOSO FAVOR y es que, para conseguir la enmienda de nuestras vidas, a vista del favor con que amparaban Jesús, María y José a su devoto aunque tan rematado pecador, era necesario imitarle en su invocación tantas veces repetida en todos los días de maldad, “Jesús, María, José.” (Pág. 10). El hombre no tuvo otro mérito, ni tampoco se aconseja que tenga alguno; basta que diga la [61]invocación mágica y que obre como le dé la gana, en la seguridad de librarse del castigo. ¡Qué gran aliciente para el crimen!
Otro caso notable de los efectos de la misma invocación es el de un fraile dominico llamado fray Juan Masias quien, durante más de doce años, estando en su celda a oscuras, en oración, se llegaban a él muchos demonios y le arrastraban y aporreaban tratándole muy mal de palabra y obra; pero que se veía libre de ellos diciendo: “Jesús Salvador, María y José sean conmigo.” Otras veces entraban los demonios con mucho tropel y ruido y cogiéndole por los pies le sacaban arrastrando por el dormitorio hasta el claustro; unos le daban golpes y bofetadas, otros le pisaban el vientre y la cabeza, otros le arañaban el rostro y tiraban a sacarle los ojos; pero invocando los nombres Jesús, María y José, se iban y lo dejaban.” (Pág. 14.) Lo más admirable es que el fraile hacía la invocación después de sufridos los atropellos mencionados, de manera que tenía la condescendencia de permitir a los demonios que durante algún tiempo se divirtieran a costa suya.
Al mismo fraile, “otras veces yendo de oración a la iglesia, los demonios le cogían y sacaban de ella, y le arrojaban por el aire tan alto, que pasando por encima de los techos de la sala Capitular, la cual divide el primer claustro del segundo, venía a caer en este. Allí le esperaban otros demonios y recibiéndole, le volvían a arrojar en la misma forma, dando con él otra vez en el claustro principal sin sacarle ni una palabra de enojo, ni de sufrimiento, hasta que invocando los sagrados nombres Jesús, María y José, le dejaban.” (Pág. 15). ¿Quién, al leer esto, no envidia al fraile una diversión tan entretenida como sana y económica? ¿Y cómo no mostrarse agradecido a los demonios que le recibían en el otro patio, en lugar de dejarle que se estrellara contra el suelo? Después de referidos los prodigios mencionados con otros más, se leen en la novena las siguientes [62]consideraciones: “¿Qué trabajo nos cuesta el habituarnos a repetir con nuestras invocaciones los dulcísimos nombres de Jesús, María y José?” (Pág. 27.)
A cada paso se amplifica, se magnifica en estas novenas el poder infernal. No sólo coloca al demonio entre los enemigos del alma, con nuestro propio cuerpo y la humanidad entera, sino que en todo momento temblamos de sus asechanzas, nos consideramos débiles para resistirle y aun parece que tememos que el mismo Dios no sepa defenderse del demonio, porque a cada paso se trata de avivar a Dios y de ponerlo en guardia contra el poder infernal. “Asístenos propicios desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librásteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio * * *” (pág. 54). (Ofrecimiento al Smo. Rosario, Manila, 1905.)
La obsesión del diablo no deja al hombre día ni noche; “Misericordia, mi Dios, que me atropella el demonio, todo el día me impugna y molesta,” se dice en una oración de San Vicente Ferrer (su Novena, pág. 12).
El siguiente milagro pone en evidencia los manejos del demonio y demuestra al propio tiempo que las almas no se pueden condenar tan fácilmente cuando el mortal acude a la protección de un patrón poderoso. “Cierto hombre, se dice en la Novena de San Vicente (pág. 15), entregó al demonio su alma con cédula firmada de su mano, y oyendo predicar al Santo, le suplicó hiciese que el demonio se la restituyese. Púsose el Santo en oración e hizo venir al diablo visiblemente, y le mandó que le entregara la cédula al hombre, siendo testigos de este milagro muchos millares de personas.”
Este miedo loco al demonio es causa de algunos errores como el mencionado en el siguiente milagro (Novena de San [63]Vicente, pág. 18). “En Trayguerra, oyendo un mozo simple predicar a San Vicente la fealdad del demonio, pidió a Dios se le mostrase para reñir con él. Sucedió pasar una pobre vieja, muda de nacimiento, muy fea y mal vestida, que llevaba una hoz en la mano. Juzgando el mozo que era el demonio, acometióla furioso, quitóla la hoz y la segó manos, orejas y narices. Gritaba la afligida mujer, como por muda no podía dar voces, daba aullidos y entonces el simple le acuchillaba, diciendo: Vengan y verán cuál pongo al diablo.” Creer que Dios permitió semejante infamia, es un grosero insulto a Dios. Es cierto que el acto lo ejecuta un mozo simple; pero es más simple la obra del Santo en hablar de la fealdad física del demonio, cuando, según todos entienden, el demonio es un espíritu.
“En Taulada, dice la Novena (pág. 21), pasaban dos moros por delante de una imagen de San Vicente, uno se quitó el sombrero, el otro no. Presto lo pagó: porque al instante, sin saber de quién, le dieron tal bofetada, que cayó en tierra, le dió una calentura y de ella murió.” Es admirable cómo se supo que fué una bofetada, y no pudo ser más cruel el milagro, no tanto por la insignificancia de la falta, como por tratarse de un moro que ni creía ni entendía la superstición cristiana.
Un devoto que recurre a Santa Filomena, le pide su protección contra el demonio (Novena, pág. 22) y dice: “Satanás como león hambriento, dá vueltas a la redonda; sus ministros se animan unos a otros para derribarme, yo con mi flaqueza soy también enemigo de mi misma alma * * *.”
Como he dicho, las novenas sirven para implorar la misericordia divina usando la intervención de un Santo o de la Virgen, y para conseguir una necesidad o un simple capricho en la vida.
Nada más alentador como tener noticia del origen de la novena de San Antonio de Padua que “se dice fué revelada por el mismo Santo * * * y los devotos pueden hacerla con gran confianza de alcanzar por su intermedio lo que desean.” (Novena a San Antonio, Manila, 1909, pág. 5.) [64]
“El mismo San Antonio reveló a una devota suya el modo de hacerla” (pág. 6).
La de María de los Dolores (Manila, 1910, pág. 5), es “para obtener lo que se desea en cualquiera pretensión del alma o para bien del cuerpo.”
La novena de San Vicente Ferrer, “aunque puede hacerse en casa, será mucho mejor hacerla en la Iglesia; porque allí el que pide recibe y el que busca halla, SEGÚN DICE EL MISMO DIOS” (pág. 5 de su Novena. Manila, 1917).
San Ramón Nonnato es: “Patrón de los labradores y de sus ganados. Antídoto maravilloso contra la peste. Refugio universal para sanar todas las enfermedades y dolores. Protector singular de las mujeres que le llamaban en sus peligrosos partos, y de las estériles, que buscan el consuelo de su patrocinio.” Esto dice la portada de su novena, Manila, 1918.—“Solo al invocar su nombre, al adorar su Santa Reliquia, y al beber de la agua pasada por ella, hace a millares el Santo los portentos” (pág. 6).
“Yo, dice una devota, tengo tanta fé y experiencia en San Ramón, que cuanto por su medio he pedido a Dios, todo me lo ha concedido, y por la verdad, juro y firmo lo dicho.” (Novena, pág. 15.)
Una forma de gran virtud persuasiva para ganarse la voluntad divina y conseguir de ella lo que se desea, es rezarle el Trisagio. Parece ser que durante un período de grandes conmociones geológicas y meteorológicas experimentadas en Constantinopla, en el año 447, ocurrió (Trisagio seráfico, Manila, 1889, pág. 7), que “un niño de tierna edad fué llevado por los aires, siendo testigos oculares todos los acampados, hasta perderse de vista. Después de un largo espacio, restituido a la tierra del mismo modo que había subido al cielo, refirió en presencia del Patriarca, del Emperador, de toda la multitud asombrada, que había oído cantar a los Ángeles este concierto: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, tened misericordia de nosotros.” El niño enseguida se murió. El Emperador ordenó que todos entonasen este sagrado cántico, y al momento cesaron los terremotos y [65] se aquietó la perturbación meteorológica.” De aquí el uso del Trisagio, como un formulario para invocar a la Santísima Trinidad en los tiempos calamitosos y funestos” (pág. 78.) Entre otras cosas se pide en el Trisagio taxativamente lo siguiente: “De vuestra ira y enojo: líbranos Trino y Señor—De las asechanzas Trino y Señor.—De las asechanzas y cercanías del demonio * * * de Toda ira, odio y mala voluntad * * * De plagas, de peste, hambre, terremotos * * * De nuestros enemigos y sus maquinaciones, líbranos” (págs. 20-21).
Aunque la Trinidad está compuesta, como se sabe, del Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en el Trisagio se invoca y pide a las tres personas a la vez, sin embargo, hay otras formas de lograr el favor divino invocando separadamente a una sola de las personas de la Trinidad. Así, en la novena de Jesús sacramentado se pide al Padre por medio de la intercesión del Hijo, o mejor dicho, de solo una víscera del Hijo, de un órgano de su cuerpo; el Corazón, o más propiamente, del Sagrado Corazón de Jesús. “El Padre Eterno tiene complacencia, dice la novena (pág. 6), en que se le pida por el Corazón de su amado Hijo * * *.” “El Padre Eterno se lo dijo así directamente a la Venerable María de la Encarnación” (págs. 6-7): “Pídeme por el corazón de mi Unigénito Hijo, y por él te oiré, y alcanzarás cuanto me pidas * * *.” “Jesús dijo a su esposa Margarita: te pido * * * que el viernes inmediato a la octava de festividad del Corpus, se dedique particularmente al culto de mi corazón” (pág. 7).
La adoración al corazón no es simbólica; se adora al corazón real: “adorarán con más frecuencia a Jesús sacramentado y en él a su Divino Corazón” (pág. 7). Su novena se hará delante de una imagen de Jesús “o de su Sagrado Corazón” (pág. 19). El devoto, llevando su adoración hasta un resurgimiento de canibalismo atávico, dice a Jesús: “O dueño mío, vuestro mismo cuerpo me dais, y con él vuestro corazón, para que le coma” (pág. 12).
Hay una novena dedicada al Santo Ángel Custodio (Manila, [66]1897) que es el “Ángel delegado por Dios para que esté a nuestro lado, y ejerza con nosotros los amorosos oficios de un tutor cuidadoso, de un cariñoso ayo, de un preceptor amante, de un fiel conductor, y de un amigo íntimo y verdadero * * *” (pág. 6). “A ningún Santo del cielo le interesa tanto nuestra alma y nuestros negocios como al Santo Ángel de nuestra guardia” (pág. 6). Su intervención es tan útil que “no solo trasmite lo que se pide, sino que modifica las peticiones, cuando conoce que algunas de nuestras peticiones pueden acarrearnos algún mal espiritual o corporal” (pág. 7). Es, pues, la mayor garantía contra cualquier error nuestro, y naturalmente hace absolutamente inútil el sentido de responsabilidad.
Santo Domingo de Guzmán es uno de los más poderosos abogados en el cielo. En su Novena (Manila, 1913) se le llama precursor de Cristo, aunque en realidad vino al mundo doce siglos después de Cristo (pág. 5). “En la castidad, color y figura de su cuerpo y en la elocuencia de su espíritu, fué él semejante a Cristo” (pág. 7). “Fué celebérrimo en todo género de prodigios y milagros tanto en la tierra como en los Cielos, así en los hombres como en los brutos, en los vivos y en los muertos” (pág. 9).
Un día se le apareció la Virgen María y “cogiéndole de la mano le dijo que tan tiernamente le amaba, que si fuera mortal esta Señora Divina no podría vivir sino en su presencia, y que hubiera muerto a la violencia del grande amor que le tenía * * *” (pág. 10). Luego la Virgen María, no satisfecha con tales manifestaciones eróticas, “lo desposó consigo en presencia de su esposo y de muchos bienaventurados del Cielo” (págs. 11 y 12), resultando que Jesús, además de ser hijo de María, es también su esposo, de suerte que, con San José, Santo Domingo hacía el tercer esposo de María. El Padre Eterno comunicó a Santa Catalina de Sena que “Cristo y Domingo eran sus hijos singularísimos. Cristo procedía de la boca del Padre Eterno estando a su diestra y Santo Domingo procedía del pecho del mismo Padre Eterno a la diestra, y de pié en la gloria * * *” (pág. [67] 14). Con tales antecedentes se comprende que “Cristo le prometió que le concederá todo cuanto le pida para sus devotos * * *” (pág. 15), de manera que el poder del Santo es ilimitado. En verso se le dice:
“Pues podéis tanto en el Cielo,
Siendo esposo de María;
Domingo, al que en vos confía,
Dadle salud y consuelo.” (Pág. 35.)
“Fuísteis can que con desvelo
a la Iglesia defendía * * *.” (Pág. 35.)
Lo de can se dice, porque estando encinta de él su madre, “se le manifestó (el feto) entre sueños en figura de perro con un hacha encendida en la boca” (pág. 6).
La novena de la Virgen del Rosario empieza por la enumeración de las “QUINCE PROMESAS de la Virgen a los devotos del Rosario.” En la primera ofrece que recibirá cualquiera gracia especial que se le pida. El que rezare el rosario se convertirá si es pecador, y en todo caso será admitido a la vida eterna.” “Todo lo que se pidiera se alcanzará prontamente” (pág. 4).
La lista de milagros hechos por la Imagen de la Virgen del Rosario es interminable y ocupa las páginas 37 a 90 de la Novena. No solamente hace milagros la imagen, sino también su falda o saya, lo mismo que el aceite que arde en su lámpara y el agua en donde se mojan sus manos y cualquier rosario u objeto tocado en su saya o imagen (pág. 90).
En la novena a San José (Manila, 1910), después de recordarle su parentesco con Dios, se afirma que no hay patrocinio más eficaz para alcanzar lo que se pide que el suyo (pág. 7). “Necesitando todos del favor divino, es cierto que no faltará este al que, confiado, se acogiera al amparo del Señor San José” (pág. 29). “San José socorre al menesteroso, da salud al enfermo, consuela al afligido, envía lluvia, contiene los hielos, multiplica los frutos, favorece en las tempestades, en los caminos, en los naufragios * * *. Finalmente, ninguno habrá que habiéndose valido del Santo, no haya recibido el efecto de su petición” (pág. 31). [68]
Al Santo Niño de Cebú, imagen que dejaron en aquella ciudad los compañeros de Magallanes, recurrían los cebuanos, antes de convertirse al catolicismo, para pedirle lluvias, “Llevándole en procesión a la playa y metiéndole en el agua, y así conseguían la lluvia de que habían menester” (Novena al Santísimo nombre de Jesús, Malabón, 1895, pág. 11). Sin embargo, la inmersión en el agua del mar, era un recurso que podía llamarse de casos extremados, porque dice así un verso de esta novena:
“Si acaso no conseguían
las aguas porque os rogaban,
al mar, Oh Niño, os llevaban,
y en las aguas os metían:
y así el agua que pedían,
otorgaba vuestro amor.” (Pág. 29.)
Los milagros más conocidos hechos por el Santo Niño tuvieron lugar desde 1618 a 1675; desde entonces no se registra en la Novena ninguno memorable. Sin embargo, la Novena afirma que milagros los “hace continuamente el Santo Niño” (pág. 15) y “a él recurren todo los visayas de Bohol, Cebú, Leyte, Samar, Mindanao y muchos tagalos para besar sus sagrados piés, y venerarle, y encomendarle sus necesidades y desgracias pidiendo alivio en sus enfermedades, ayuda en las navegaciones y su protección en todos los sucesos de la vida” (págs. 15-16).
La seguridad del efecto buscado en las novenas es completa en lo que se refiere a San Roque: “El ejercicio de esta Novena, dice: (pág. 3, Novena, Manila, 1910), nos ofrece el medio de obligar a este glorioso Santo para alcanzar de Dios lo que pedimos.”—“Para librarse de la peste * * * que tiene su origen en la corrupción del aire * * * a San Roque tenemos que acudir con fervorosos ruegos * * *” (pág. 3). Al lado del cadáver del Santo se halló un escrito, que se supone redactado por Dios, que decía: “Los que heridos de peste, imploran el favor de Roque, alcanzarán salud” (pág. 5). La intervención de San Roque será solamente en favor de los católicos; quien hace su novena dice lo que sigue: “Yo os suplico que por los méritos de este glorioso Santo, nos libréis, a todos los que asistimos [69]a este culto y a todos los católicos de vuestro Reino de España y de estas Islas, de toda enfermedad pestilente que pueda quitarnos la vida” (pág. 13). Como no se hallan aquí incluidos los católicos de Estados Unidos, el Buró de Sanidad debe recordar que tales ciudadanos con los no católicos que habitan Filipinas, no gozan de la protección antipestífera de San Roque.
En su notable estudio sobre la Antropología Criminal en Filipinas, dice el Doctor Sixto de los Ángeles (pág. 119): “La fácil credulidad, fomentada por el sobrecultivo del fanatismo religioso, ha constituído desde un principio y hasta el presente uno de los defectos, por desgracia bastante extendidos aún, entre los naturales del país * * *. Amante de sus tradiciones y hábitos heredados, y falta de suficientes oportunidades para adquirir conocimientos, la masa popular filipina tiene que aferrarse, como es lógico y natural, a sus creencias, las que, por no requerir ningún esfuerzo para su comprehensión, se agravan y se arraigan de una manera espontánea en su mente. Como lo demuestran nuestros anales judiciales, la superstición ocupa una categoría notable entre los factores de la criminalidad en el país.” Las supersticiones a que alude el Dr. Ángeles no son tan sólo las de la antigua gentilidad de los filipinos que los misioneros, después de más de tres siglos, no han logrado destruir completamente. Las supersticiones a que se refiere en esta conferencia son las traídas por esos mismos misioneros y que han logrado fácilmente hacer penetrar en la conciencia filipina, dispuesta naturalmente a la credulidad, por medio de la propaganda eficaz y generosamente esparcida en las novenas y otros libritos llamados de devoción.
Como hasta la llegada de los americanos la enseñanza en Filipinas fué siempre y exclusivamente religiosa, y dirigida por los sacerdotes romanos, la persistencia de antiguas supersticiones son una demostración del fracaso de la educación religiosa. Tendrían por excusa los misioneros culpar a la rudeza invencible del filipino, que podríamos admitir por cortesía y para evitar discusiones. Pero lo grave no es [70]que ellos no pudieron quitar algo de la supuesta cabeza dura del indio, sino el tremendo caudal de supersticiones que durante más de tres siglos, esos misioneros han hecho penetrar en esa misma cabeza con tan grave perjuicio para su mentalidad y su moralidad.
El pecador falto de voluntad para refrenar sus malas obras le dice a Jesús, lavándose las manos en la intervención divina y dando testimonio de la falta de sentido de responsabilidad: “¿Es posible, dulcísimo Salvador de las almas, que convirtiendo tantos cada día, solo á la pérdida de la mía te has de demostrar insensible?” (Pág. 13.) Esta es una parte de una oración compuesta nada menos que por el Sumo Pontífice Gregorio VII, en su Ejercicio Devoto de la Pasión de Cristo (Manila, 1905).
También se dice a la Virgen: “Limpiad, Vírgen Inmaculada, mi corazón de todo pecado, y echad de mí todo aquello que desagrade a vuestros ojos purísimos. Purgad mi alma de los amores y afectos terrenos.” (Págs. 10-11; Corona Franciscana—de la Virgen María. Manila, 1902.)
Por la intercesión de San Francisco el devoto pide a Dios que: “Yo sujete en un todo mis desordenadas pasiones, potencias y sentidos,” para que “yo pueda reducir mis pensamientos, medir mis palabras y dirigir mis obras a la mayor perfección,” y “que te dignes ablandar la dureza de mi corazón.” (Págs. 18, 20 y 21 de la novena a San Francisco de Asís. Manila, 1899.)
Asustado de las maquinaciones de Satanás, el devoto a Santa Filomena le pide (pág. 23, Nov.), “que alcances del Señor el que quiebre más y más las fuerzas de mis contrarios, los demonios, y que me salve a pesar mío.”
Se invoca el auxilio de Santa Filomena diciendo (pág. 25, Nov.): “Haz que yo también sea casto, según mi estado, y que mi boca no profiera ninguna de aquellas palabras que según San Pablo, no deben nombrarse entre los fieles.”
A Santa Ana, Madre de María, le dice su devoto: “Interesaos, pues, Santa mía, para que se me conceda paciencia en mis adversidades, tolerancia en las injurias, y en todo un ánimo tranquilo * * * (Novena, pág. 1; Manila, 1893). [71]También se le dirige el siguiente ruego; “Empeñaos, pues, Santa mía, con vuestro sagrado nieto Jesús para que se quite de nuestro corazón todo desafecto y mala voluntad que perdonemos por amor de Dios todas las injurias * * *.”
No es posible cultivar el sentido de la dignidad, ni del respeto de sí mismo cuando se diseminan doctrinas como las que resultan de los siguientes ejemplos, en la novena de Santa Rosa de Lima:
“Llevada de su humildad, hacía que una criada le pisara los labios,” (pág. 10). “Amaba más los desprecios que las mundanas honras * * *.” (pág. 102), y “deseaba con tanta eficacia que los otros la tuvieran por la cosa más vil del mundo, que aseguraba merecía estar en el infierno y que ese era su propio lugar por sus pecados. Si alguno mostraba no creerla y que la tenía por inocente, Nadie me conoce a mí, añadía, yo sola sé lo que soy” (pág. 11). “Oyendo una vez que la alababan de virtuosa, lo sintió tanto que quedó desmayada” (pág. 11).
En una oración a Santa Filomena (Novena, pág. 16) se dice a la Santa, pidiéndole su protección: “Mis pecados me han vuelto de poco menor que los ángeles, muy inferior a las bestias, pues que éstas no olvidan el pesebre de su amo, y a su modo agradecen la comida y yo me he olvidado de la casa de Dios * * *.” No es tan sólo desprecio de sí mismo lo que resulta de tales consideraciones, sino la falta de lógica en atribuir a la gratitud de las bestias su vuelta al pesebre del amo, cuando es claro que el móvil que les conduce es sencillamente el hambre.
Los fenómenos naturales se miran por la ignorancia como manifestaciones de la ira divina, que no llegarían a producirse si alguien, en la humanidad, no la provocara por medio de su conducta. Santo Tomás de Aquino, que con razón es considerado como el hombre más científico de su época, creía firmemente que los truenos, los rayos y las tempestades fueron tan sólo manifestaciones punitivas de Dios irritado contra los hombres. “De su temor a Dios, nacía en el Santo Doctor un género de miedo a los truenos y tempestades, con que como reverente hijo, temía ver airado [72]el rostro del Padre, recelando no fueran aquellas tempestades provocadas por sus culpas.” (Milicia Angélica, Manila, 1907, pág. 21.)
El miedo ciego de Santo Tomás le hacía concebir una justicia ciega de la Divinidad porque por su culpa Dios desencadenaba una tempestad y prodigaba el rayo que naturalmente dañaba y molestaba a un gran número de personas que sufrían por causa de las culpas del Santo. Para el sencillo creyente, cuando el Santo sabio pensaba y creía de tal manera, no habrá motivo para rechazar su explicación, mucho menos sospechar siquiera que lo de castigar justos con pecadores no es obra de justicia ni siquiera de sentido común.
La mentalidad lógica no se puede desenvolver cuando se fomenta y cultiva el absurdo, principalmente cuando se le presenta cubierto con el falso barniz de religión, cuando se funda en la superstición de un carácter totalmente pueril y simple.
En la vida de San Vicente Ferrer, impresa en su novena, se refieren los siguientes milagros, y no hay duda alguna que quien cree en ellos, no puede de ninguna manera cultivar las funciones de su inteligencia.
“En Valencia, un criado del conde de Faura, que nació sordo y sin lengua, estuvo así muchos años; y adorando un día la reliquia de San Vicente, curó de la sordera, le nació la lengua y habló en adelante” (pág. 17).
“Una mujer dió a luz un pedazo de carne sin figura humana. Ofrecióle a San Vicente haciendo decir una misa, y a la Epístola ya tenía cabeza, al Evangelio brazos, al Consagrar piernas, y al fin se hallaron con un bello niño. Lo mismo ocurrió a otra señora de Toledo” (pág. 34).
“En Lisboa vivía corrida una dama por ser tan fea, que era la risa de los que la veían. Acudió a San Vicente y amaneció una mañana muy hermosa y agraciada, de que resultó ser tan devotas a San Vicente las damas de Lisboa que no las exceden las de Valencia” (pág. 37).
“Un mercader partió a una feria y entretanto su mujer cometió una fragilidad por lo que quedó * * *. Se encomendó [73]arrepentida a San Vicente y el Santo salió al camino por donde volvía el marido con unos caballos, poniéndose allí a espantarlos por medio de una capa y los dispersó. Entonces el marido perdió su tiempo en reunir sus caballos, de modo que, cuando llegó a su casa, ya había tenido tiempo su esposa de salir de su cuidado, librándose de las consecuencias de su falta.” Así se refiere con la mayor naturalidad un acto inmoral y grotesco, en que sale sin razón ni causa castigado el marido inocente, y el Santo ejecuta con su capa una picardía digna tan sólo de un granuja del arroyo.
Se dice que San Ramón toma tal interés en las desdichas y penas de sus devotos y es tan extremadamente compasivo “que han sudado sus imágenes por la aflicción de los devotos” (pág. 12). “Una imagen del Santo sudó tan manifiestamente al tiempo que su devota padecía, que se manchó el velo con que se cubría; y algunos pañolitos mojados en el sudor aliviaban maravillosamente los dolores de cabeza” (pág. 21).
San Roque tiene el poder de evitar la propagación de las epidemias. “Su protección es la que nos preserva de la peste y de otras muchas dolencias, que teniendo su origen en la corrupción del aire que nos había de conservar la vida, nos causa la muerte” (pág. 3).
¿Es acaso posible inventar ni suponer mayores absurdos que los hasta aquí mencionados? Sin embargo, para no alargar esta conferencia sólo presento un pequeño número de casos citados a montones en estos pequeños opúsculos repartidos con profusión en nuestro pueblo. ¿Qué lógica, qué razonamiento podemos esperar de cerebros nutridos con tales absurdos, alimentados con patrañas de carácter tan pueril que no se comprende que hayan sido narrados por hombres de simple sentido común?
“El colchón en que murió San Vicente quedó con virtud de hacer milagros; pues acostándose en él en diversas ocasiones más de 400 enfermos de diferentes accidentes, todos lograron la salud” (pág. 32).
Una vez que San Antonio de Padua predicaba en la playa, [74]ocurrió que “salieron del agua los peces a quienes predicó y que le oyeron atentos.” Ningún devoto pone en duda la salida de los peces ni tampoco se interesa en resolver los problemas de física, fisiología, lingüística y principalmente de lógica de semejante acontecimiento, pero así lo afirma la novena al Santo (pág. 20).
Prolongaría innecesariamente esta conferencia si mencionara todos los absurdos consignados en las Novenas de los cuales tengo un amplio caudal que constituye una documentación positiva utilísima para la historia de la superstición que apenas desfloro aquí. Con lo dicho hay bastante para explicar el origen de la inmoralidad, la verdadera causa de la predisposición al vicio, la ausencia del sentido de responsabilidad, la explicación natural de ese carácter incomprensible formado de una mezcla de sentimientos encontrados que los misioneros han atribuido al filipino, indio, español y chino, influidos todos por el espíritu nocivo que informa toda esa literatura completamente perturbadora de la razón. Ella y no la educación laica es la responsable del fenómeno.
No vengo formulando teorías ni emito hipótesis caprichosas. Ante un auditorio como el que tengo el honor de hablar, necesito pesar el valor de mis palabras y de mis juicios. Por tal motivo he traído hechos, he citado textos repitiendo las propias palabras, no de la literatura profana constituida por los Corridos anónimos cuya perjudicial influencia es perfectamente conocida, sino de los textos auténticos de novenas autorizadas por la censura eclesiástica por no contener cosa contraria a la sana moral, como se dice en las licencias para imprimir.
Ni por un momento he tratado de mezclar la religión en mi crítica ni tampoco está en mis manos variar las consecuencias que se deducen de los hechos mencionados en las novenas, que es la literatura responsable de un estado de mentalidad pueril, absolutamente inadecuada para la inteligencia de la moral, compuesta de elementos paralizadores y no de progreso.
La moral no es más que el triunfo sobre sí mismo mediante el cual el hombre hace lo que debe y no lo que quiere. En el hombre inmoral no hay lucha entre dos tendencias, [75]una hacia el mal, otra hacia el bien. Solamente hay una tendencia instintiva: ningún freno racional que se oponga. ¿Qué dominio de sí mismo tiene quien para refrenar su costumbre y pronunciar palabras sucias y obscenas recurre a la intervención de un santo? Falto de voluntad, desprovisto de la idea misma de lucha consigo mismo, ¿cómo puede triunfar sobre sí mismo? Juguete de sus pasiones, parecía que lo único que podría retenerle era el castigo en la vida futura; pero ese temor no le preocupa, puesto que al mismo tiempo que se le amenaza con el fuego eterno, se le dice de qué manera lo puede evitar, sin dejar de practicar el mal.
Esas novenas contienen una enseñanza funesta para la sociedad cuyo fundamento moral consiste en el desarrollo de las condiciones individuales tales como el trabajo, el cumplimiento del deber, el respeto a la ley, la lucha contra los propios instintos y pasiones que requiere antes que nada el dominio de sí mismo. No solamente no se enseñan ni siquiera se mencionan estas obligaciones sociales, sino que se estimula a todo lo malo asegurando al criminal, al pecador, que será perdonado, que podrá librarse del castigo, que por mal que obre y por culpable que sea, sin el menor esfuerzo, con la mayor naturalidad y facilidad, conseguirá lo que se le antoje y triunfará en la tierra, lo mismo que en la otra vida.
Por un lado se atemoriza al individuo con el genio del mal, siempre empujándole por el camino del vicio y la ignominia: por otro se le inspira confianza ciega poniéndole al lado un Ángel de la Guardia que no le abandona noche y día, que le sostiene, le conduce, “siendo su intervención tan útil, que modifica aquello que pedíamos a Dios cuando conoce que nuestras peticiones pueden acarrearnos algún mal espiritual o corporal.”
¿Qué idea de justicia puede concebir quien recuerda el espectáculo que presenció aquel caballero en el cementerio de Cuzco? No sólo se le presenta a María y a José intercediendo con toda energía por la salvación del malvado por la sola razón que invocaba sus nombres, sino que ni se conmueven[76] ni ensayan siquiera dulcificar la crueldad de Jesucristo cuando condena a muerte repentina y condenación eterna a las dos desdichadas mujeres de mala vida. Ellas no invocaban a María y José, quienes sólo se apiadan de sus clientes y obran con la misma parcialidad de un cacique nacionalista o demócrata.
¿Y qué significa la ley que no admite y persigue la poligamia cuando son esposas de Jesús tantas vírgenes que esperan otra vida para entregarse a su esposo? ¿Y qué decir de María, esposa del Padre, de su propio hijo, de José y Santo Domingo?
El Sr. Ignacio Villamor refiere en un informe al Comité de Mortalidad Infantil, escrito cuando era Fiscal General, varios casos de asesinatos de personas consideradas como embrujadas y como tales sacrificadas por los fanáticos.
El mozo de Traiguerra que acometió a una vieja fea por suponerla el mismo demonio, después de oir un sermón de San Vicente, es absolutamente del mismo carácter que los posesionados del asuang referidos por el Sr. Villamor.
¿Y qué decir del patrocinio de San Isidro, invocado por los agricultores? El dió ejemplo de abandono de su deber como agricultor, puesto que en lugar de arar la tierra haciendo el trabajo por el que su amo le pagaba, se pasaba el día rezando. Por un milagro, un ángel tomaba el arado y conducía los bueyes mientras el Santo oraba y no trabajaba. ¡Y a la sombra de nuestras mangas, confiando en San Isidro, la gente del campo duerme esperando que los ángeles hagan su trabajo! ¿Cómo predicar lo de “Comerás el pan con el sudor de tu rostro,” cuando el trabajo que ese sudor significa no es necesario?
Sin conexión alguna con el Buró de Educación del Gobierno de Filipinas he discurrido en la forma en que acabo de hacerlo, no para defender las escuelas laicas de una acusación injusta e injustificable, no para atacar a personas ni a ideales religiosos ni políticos, sino para contribuir a extirpar una de las bases, una de las causas más fuertes de la criminalidad, de la corrupción, de la formación de individuos inútiles y nocivos a la sociedad: ¡la superstición! Y, señores, no es una superstición digna solamente de risa: [77]de ninguna manera. Es una superstición ridícula, sí, absurda, pero trágica, peligrosa, porque ofrece a los malvados, a los criminales, a los ignorantes, los medios de triunfar en la vida, de salirse con la suya, de conseguir lo que quieren dándoles los medios de evitar el castigo, burlando en la tierra la justicia de los hombres, y consiguiendo de Dios el perdón de la condenación eterna, por el sencillo medio de la invocación de un nombre de santo, o de una palabra latina que, como un sésamo ábrete, franquea al devoto las puertas del cielo.
El prelado que acusó en la forma antes mencionada a las escuelas públicas, ha cometido un error lamentable. Por mi parte puedo asegurar que sus acusaciones despertaron en mí la curiosidad de investigar las causas de la inmoralidad y de la perversión de costumbres que dicho prelado, y nosotros con él, todos lamentamos. De acuerdo con los que han estudiado la mentalidad de la mayoría de nuestro pueblo, resulta evidente que la superstición es el enemigo que tenemos que combatir, que ella es la causa de los errores morales que observamos. Tanto los sacerdotes regulares como los del clero secular confiesan que la masa del pueblo se halla aún sometida a la superstición heredada de los antepasados, la superstición que podría llamarse genuinamente filipina, la que proviene de las antiguas creencias en el nunu, el asuang y el anito y todos los espíritus de la antigua idolatría, anterior a la implantación del catolicismo por los misioneros españoles.
Según propia confesión, estos misioneros, después de tres siglos de predicaciones, no han logrado extirpar esas supersticiones incrustadas en la conciencia del pueblo. Debemos aceptar su declaración como honrado testimonio del fracaso de su misión religiosa. No me interesa ni discuto el punto de vista religioso, sino la importancia de la superstición en la vida social, su influencia perniciosa contra la evolución de la moralidad. Lo que resulta, sin duda alguna, consecuencia de los relatos contenidos en esa literatura [78]que constituye la única lectura del pueblo, es el fomento de la ignorancia, propagando de una manera tan efectiva todas las supersticiones antes mencionadas y aumentando con ellas el caudal de errores que por desdicha gobierna la mentalidad de la masa del pueblo.
No se trata solamente de los llamados indios; también están acusados de supersticiones los hijos de españoles de pura sangre o mezclados con indios, así como los mestizos chinos. Todos estos, todos nosotros, filipinos, estamos incluidos entre los individuos contagiados con la lepra de la superstición, fomentada por la absurda milagrería de las novenas, y no se puede decir que sea un mal de una raza de Filipinas, sino de los habitantes de Filipinas en general.
Para que la educación sea útil, tiene que formar en el individuo el sentido de responsabilidad mediante el libre automático ejercicio de la razón. El cumplimiento del deber será su objetivo; para conseguir tal fin es indispensable desarrollar en el hombre la voluntad por medio de la cual luchará contra los instintos bestiales, contra los impulsos sentimentales, contra todo lo que se halla en oposición a los dictados de la razón.
Mentalidad lógica para saber lo que debemos hacer, para poder trazarnos un camino justo que seguir: Voluntad, para lograr sobreponer los dictados de nuestra razón a los impulsos de nuestros deseos. Este es el objeto de la educación laica, de la educación de las escuelas sin Dios, aquí con las escuelas del gobierno como en aquel Colegio de la Beata Imelda, dirigido por los PP. Dominicos, bajo la norma de las ideas japonesas traducidas en leyes imperativas, situado en Taihoku, capital de Formosa.
La lectura de los llamados milagros de la índole de los que antes he citado, hace que el imposible parezca posible, gracias a influencias misteriosas fáciles de conseguir, no por el trabajo, sino sencillamente por medios indignos, rebajantes y reprobados por la moral, como son la humillación, los halagos, la propiciación. No se pide ni espera un beneficio por medio de un bien positivo que hacemos, por el cumplimiento de un deber del que resulta un bien que es como un derecho; se recurre a procedimientos de favor, a [79]ganar la benevolencia de un santo haciéndole creer que se le quiere, se le adora, se le admira, tratando de exaltar su vanidad y por su mediación ganar la voluntad de Dios, no como un beneficio otorgado directamente al que pide, sino por consideración a los méritos del mediador. No se puede imaginar nada más inmoral, más primitivo, más despreciable. La corte celestial resulta una corte más corrompida que las de aquellos autócratas que la historia ha condenado; la corte de los Khanes, los Sultanes, los Emperadores bizantinos, mongoles, persas, tártaros, todos los bárbaros que han abusado de la humanidad y que han personificado la injusticia y justificado la revolución y las matanzas.
Una sociedad cuyos miembros esperan todo del favoritismo, desconoce la emulación; cuando el individuo encuentra un medio tan sencillo como el ofrecido en las novenas para conseguir lo que desea, siguiendo la ley del menor esfuerzo, no recurre a ejercitar ninguna actividad noble y no puede, por lo tanto, perfeccionar sus facultades ni siquiera usarlas; un individuo que espera lograr lo absurdo, lo inverosímil, no puede conocer la existencia de las leyes inmutables que rigen el universo; un individuo que espera conseguir lo que quiere por medio del valimiento de un patrón celestial, ni puede concebir un Dios de justicia, ni puede de ninguna manera ser un miembro útil a la sociedad.
Favor, propiciación, excepción, protección, gracia, preferencia, predilección, pugnan contra lo que debe ser Dios, contra el Ideal de la civilización, contra la suprema aspiración de la humanidad: la Justicia.
Los que creen en esa milagrería absurda, protectora de los tontos, cómplice de los perezosos, de los jugadores, de los asesinos, de los ladrones, de todos los que por su medio logran lo que quieren, esos son los criminales que llenan nuestras cárceles y que mueren en el patíbulo; esos los que, armados de su anting-anting, su talismán, rosario, escapulario, huesos de Santos o dientes de tiburón, desafían a la policía, cometen tropelías y trastornan el orden, fiados en que triunfarán por la protección de su pintakasi celestial. Ese es el producto, no de las escuelas sin Dios, sino del Dios [80]sin escuela, imposible y paradójico, cuyo poder se manifiesta por procedimientos caprichosos y por ejercicios de prestidigitación. Esos individuos son, en verdad, el producto esperado de la superstición predicada, difundida, ofrecida a pasto a la ignorancia de la gente que llegó a no temer a Dios ni al Diablo, y que sabe que el castigo del Infierno solamente alcanza a quien no se enrosca un rosario al cuello y no se afianza a un pintakasi que garantice su salvación eterna, porque ¡Dios no permite que el devoto de uno de sus favoritos se condene!
¿Qué clase de ciudadano puede ser en la sociedad un individuo que se ríe del castigo usando el medio fácil de un abogado celestial? ¿Cómo pueden asustarle las penas del infierno cuando sabe que por medio de un abogado poderoso, Dios se verá forzado a perdonarle? ¡Y cuando un hombre conoce el medio de evitar la justicia divina, es claro que para escapar de la justicia humana recurrirá para conmover la piedad del juez, para evitar el cumplimiento de la ley, para no cumplir con ningún deber y vivir sólo disfrutando de derechos, recurrirá a usar con las autoridades humanas los mismos procedimientos de propiciación, halagos, prevaricación, humillaciones y engaños que dominaron al mismo Dios y vencieron el poder del Demonio!
Jamás lograréis que un hombre supersticioso, máxime si es del tipo que hemos analizado, llegue a ser un ciudadano útil. ¡Este tipo es desdichadamente el producto de una educación de tres siglos * * *!
Las escuelas religiosas han dado ya su fruto, también lo han dado las laicas. La juventud que sale de las últimas, no se halla, sin duda alguna, exenta de defectos, pero no va envenenada y torcida para siempre por la superstición embrutecedora sembrada por los embaucadores indígenas y exóticos. Ninguno de esos jóvenes arremeterá a bolazos contra una vieja fea tomándola por el Demonio; no soñará con volar por los aires lanzado como una pelota por una partida de diablos; ninguno creerá que un pedazo de carne vaya echando brazos, piernas y cabezas a medida que adelante una misa ofrecida a un pintakasi; ni menos puede concebir un Jesucristo que se ablande a la vista del seno [81]que su Madre la Virgen María le enseña para recordarle lo que su frágil memoria de Dios olvida, ni se excusará de una inconveniencia cometida contra un compañero del otro sexo, pretextando que no lleva el Cíngulo de la Milicia Angélica, ni menos podrá creer que a pesar de una vida criminal conseguirá su salvación eterna si ha tenido la precaución de repetir en todo momento la invocación de la llamada Trinidad de la Tierra.
Esa educación laica no dará individuos que confían en la protección y en la recomendación para progresar y triunfar en la tierra. Esa educación laica es completamente democrática y no será responsable de las faltas de aquellos que, por no seguir su enseñanza, tratan de emplear en los asuntos de esta vida los métodos recomendados en las novenas para conseguir lo que se desea por medio del apoyo de los poderosos, logrado por súplicas, protestas de amor y promesas de eterna devoción.
La conformación mental creada por la propagación del espíritu supersticioso, es un obstáculo, una barrera insuperable levantada contra el desarrollo del sentido moral. Sembraremos principios morales como quien siembra en el campo la semilla de un cereal de selección, que no germinará siquiera cuando el terreno no sea apropiado. La sana moral se cimenta en una base de razón; cuando esta base falta, la moral enseñada resultará como un árbol sin raíz y sin vida. No es posible que la escuela sin Dios, ni la otra con Dios pueda hacer germinar la semilla moral en el terreno preparado por la escuela de la superstición, de la magia y del sortilegio: hay que preparar el terreno cultivando la razón y creando el sentido lógico.
No quiero insistir en cosas que no necesitan sino ser expuestas ante el sentido común para ser juzgadas como se merecen.
Permitidme ahora manifestar primeramente mi agradecimiento al Director Señor Osías que ha tenido la bondad de honrarme con su invitación a esta conferencia. Después os doy a todos las gracias por vuestra benévola atención. Por último, deseo hacer una declaración; cada vez que me he [82]referido a la nueva generación no he querido mencionar sólo los jóvenes educados en las escuelas laicas del gobierno, sino todos los jóvenes educados en las ideas modernas, todos los hombres y mujeres de cualquiera edad, que tirando a un lado el pesado fardo del Legado del Ignorantismo, han aceptado las ideas modernas, han modificado su mentalidad, se han modernizado gracias al ejemplo y al contacto de los representantes de la democracia americana. Todo el cambio, toda la transformación económica, moral, social y política efectuada en el pueblo filipino y que ninguno niega ni se puede negar, revela un progreso, y ese progreso no es resultado del Legado del Ignorantismo, sino la consecuencia natural del régimen de libertad, industria, trabajo y mentalidad lógica que gobierna nuestras escuelas públicas y orienta nuestra vida social.
Al Departamento de Educación, a todos los maestros de ambos sexos, americanos y filipinos, expreso mi profundo agradecimiento por la manera espléndida como cumplen con el deber confiado a ellos por América y por Filipinas.
1 Ignorantismo: Neologismo que significa el sistema de los que rechazan la instrucción como nociva.
2 De los ciento cincuenta y seis libros que la censura de la Aduana de Manila prohibió la entrada por obscenos, cinco estaban impresos en francés y ciento cincuenta y uno en castellano. En inglés es sabido que no existe literatura obscena.
3 Del Obispo, Sr. Gorordo, de Cebú, fechada en 19 de noviembre de 1919.
4 Este libro se imprimió en 1844. Actualmente en este año 1920, se vende en Manila la 7.a edición del Rueda empleado en algunas escuelas privadas. Esta edición es una reimpresión de la edición original sin alguna corrección, de manera que en la Historia ni siquiera se nombra Japón, Francia es un reino, Prusia separada del resto de Alemania y en España, Isabel II que felizmente reina. Este es el famoso libro recomendado por el sacerdote que se preocupaba en extender la instrucción en Filipinas.
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81 | confian | confían |
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